Incluso muchos, probablemente se describen como "Personas visuales", haciendo hincapié en la dependencia de lo que les ofrece a través de la vista.
Cuando añadimos al extraordinario impacto de las experiencias visuales, las de la audición, el olfato, el gusto y el tacto, es obvio que dependemos de nuestros sentidos para entender casi cualquier cosa que encontremos.
Nuestra liturgia toca esos mismos sentidos.
Después de todo, somos humanos; y nuestra adoración, así como nuestras vidas cotidianas, están íntimamente ligadas en el encuentro de personas y cosas a nuestro alrededor a través de nuestros sentidos.
Tantas veces encontramos cómo nuestros sentidos nos permiten experimentar los misterios que celebramos.
Después de todo, somos humanos; y nuestra adoración, así como nuestras vidas cotidianas, están íntimamente ligadas en el encuentro de personas y cosas a nuestro alrededor a través de nuestros sentidos.
Tantas veces encontramos cómo nuestros sentidos nos permiten experimentar los misterios que celebramos.
La música en sus distintas formas nos energizan.
El perfume del incienso nos eleva hacia lo sublime.
La Palabra de Dios y la sacralidad del silencio nos capturan.
Éstas son sólo algunas muestras de la riqueza de nuestras expresiones de conexión sagrada y de nuestras experiencias Católicas de adoración.
Cuando todos estos elementos se juntan para la adoración, lo llamamos ritual. Es ésta rica mezcla de palabras y acciones, lugares y fragancias que nos permiten experimentar la acción salvadora de Dios. Esto lo replicamos a través de nuestra humanidad, la misma humanidad que Jesús abrazó completamente en la Encarnación.
Estas manifestaciones de conexión entre lo divino y lo humano las encontramos presentes de muchas y a la vez únicas experiencias personales, familiares y comunitarias en el Celebración de la Eucaristía y en la otros sacramentos.
Cada uno de nosotros construimos nuestra conexión humana con lo divino basados en cierta comprensión y experiencia humana para transmitir su significado y permitir su acción transformadora.
Existe, sin embargo, un peligro de ritualizar nuestra adoración. Podemos convertirla en un fin en sí misma más que un medio para un llegar y expresar un Mayor bien. Puede llegar a convertirse en algo mecánico y meramente externo más que una profunda expresión de fe.
Como resultado, los ritos pueden convertirse en una rutina cansada y aburrida y ejecutada de una manera que niega su verdadero objetivo y significado.
La Sagrada Liturgia puede convertirse en palabras repetidas y gestos, desprovisto de toda transformación potencial.
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