Oh Dios, conviene alabarte y en el mundo cumplir
nuestras promesas,
pues tú has oído la súplica.
Todo mortal viene a ti con sus
culpas a cuesta;
nuestros pecados nos abruman pero tú los perdonas.
Feliz tu invitado, tu elegido para hospedarse en tus atrios.
Sácianos con los bienes de tu casa, con las cosas sagradas de tu Templo.
Tú nos responderás, como es debido, con maravillas,
Dios
Salvador nuestro,
esperanza de las tierras lejanas y de las islas de ultramar,
tú que fijas los montes con tu fuerza y que te revistes de
poder.
Tú calmas el bramido de los mares y el fragor de sus olas;
tú calmas el tumulto de los pueblos.
Tus prodigios espantan a los pueblos lejanos,
pero alegran
las puertas por donde el sol nace y se pone.
Tú visitas la tierra y le das agua, tú haces que dé sus
riquezas.
Los arroyos de Dios rebosan de agua para preparar el trigo de los
hombres.
Preparas la tierra, regando sus surcos, rompiendo sus terrones,
las lluvias la
ablandan, y bendices sus siembras.
Coronas el año de tus bondades, por tus senderos corre la
abundancia;
las praderas del desierto reverdecen, las colinas se
revisten de alegría;
sus praderas se visten de rebaños y los valles se cubren de
trigales,
¡ellos aclaman, o mejor ellos cantan!
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